miércoles, 2 de enero de 2013

Enero 2, 1920

-.-

        "Como decía antes, había decidido cursar mis estudios universitarios en Columbia. Al fin y al cabo estaba en Manhattan, y yo no tenía ninguna posibilidad de dejar la ciudad. Con universidad o sin ella, debía seguir trabajando en la tienda de golosinas.
          No obstante, mi deseo de ir a Columbia era lo de menos. Lo más importante era, primero, saber si la familia podía pagar la matrícula y, segundo, si Columbia me admitiría.
          Con respecto a la matrícula, no podía estar seguro. Si fuese necesario, encontraríamos el modo de hacerlo. En cuanto a las intenciones de Columbia, podían averiguarse. Solicité el ingreso y me citaron para una entrevista, que se celebró el 10 de abril de 1935. (...)
          En aquel entonces sólo tenía quince años y nunca había ido sólo a Manhattan. Creo que mi padre imaginaba que yo estropearía la posibilidad de ingresar en Columbia, porque me perdería en el complicado sistema del metro y llegaría tarde a la entrevista... o no llegaría. En consecuencia, se arriesgó a dejar la tienda en manos de mi madre y me acompañó. Como era natural, esperó fuera del edificio donde yo debía entrar, pues no deseaba estropear mis posibilidades haciéndome aparecer como un bebé en quien no se puede confiar para que viajara por su propia cuenta.
      Pudo ahorrarse el plantón. Yo solito me basté para estropear todas mis posibilidades. Dí una impresión pobrísima. No podía ser de otro modo. Creo que nunca en mi vida he dado una buena primera impresión a nadie, hasta que mi nombre llegó a ser impresionante por sí mismo. Después de eso, naturalmente, ya no existe lo que se llama una primera impresión.
      El problema es, y siempre ha sido, que en toda primera entrevista me muestro demasiado impaciente, demasiado hablador, excesivamente falto de serenidad y confianza en mí mismo, demasiado claramente inmaduro (incluso ahora). Y durante mi adolescencia, por si todo esto fuera poco, padecía acné. Este es un problema corriente y tener granos no constituye un gran delito, pero tampoco es un gran honor y no mejora la impresión que uno da.
       En conjunto, el pobre hombre que tuvo que hablar conmigo y decidir si yo era bueno para Columbia, no tuvo una tarea ardua. Jamás le he culpado (quienquiera que fuese, pues no lo recuerdo) por no haberme aceptado."







(ASIMOV, Isaac; La Edad de Oro de la Ciencia Ficción III; Hyspamérica - Biblioteca de Ciencia Ficción, nº 50;  trad.:Horacio González Trejo; Madrid; 1976)
-.-

No hay comentarios: