miércoles, 26 de diciembre de 2012

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        "Dicen que el presidente municipal de Rajapulco, licenciado don Noel Guridi, recibió un regalo de treinta coyotes entrenados por el señor gobernador del estado de Guerrero general don Vicente Alcocer y le dijo no tenga miedo, a los revoltosos hay que darles cran, usted me entiende, hay que darles cran. 
     Y los coyotes entrenados salieron de noche con sus lenguas y sus ojos igualmente irritados e incendiados, fogatas de humo y de sangre en las miradas y en los hocicos, salieron los coyotes a dar cran, a irse con sus cuerpos de pelambres roñosas y sus garras enlodadas sobre los cuellos de viejos y de moribundos, de enfermos y discapacitados, tomasen el fresco en la cuesta, durmiesen quejumbrosos sobre sus petates, crujiesen inmóviles dentro de sus casuchas. Fueron los últimos rebeldes en quedarse arañando los cerros con vista al mar y a la bahía: el mar y la bahía son del jet set, no de los paracaidistas, dijo mirándose retratado en París Match el gobernador don Vicente Alcocer.

       El muchacho con la cara larga y hocicona como de coyote emplumado se para como una banderilla en el centro del cocotal seco en las alturas del viejo ejido de la Santa Cruz con los ojos amarillos bien abiertos y espera con paciencia lo que debe venir: los ojos pardos, los hocicos mojados, la piel color polvo de cobre -los aullidos nerviosos- las risas, los animales que ríen, esperando la luna llena: él los espera con la paciencia de la hermandad cayéndose a pedazos, como si el tiempo y la angustia de la espera lo rasgaran por fuera y por dentro.
     Ahora el muchacho con el traje de harapos y el cinturón de piel de víboras cierra los ojos cuando sale la luna para que lo vean a él pero él no quiere verlos a ellos: sabe que no debe mirarlos de frente, que hipnotizan, que entienden mal las miradas ajenas y comunican erróneamente las miradas propias: creen en desafíos inexistentes, o los comunican.
    Él cierra los ojos y los huele, sudando él y sudando ellos. Se han reunido en círculo, como si conferenciaran. Callan. Oyen a su amo, que es siempre el animal más viejo. Los demás lo imitan, lo van a imitar. El muchacho de las greñas largas y grasosas sólo sabe que el coyote es un animal miedoso y por eso no se acerca a la gente.
     Abre los ojos. Les ofrece una mano llena de huitlacoches. Los coyotes se acercan. El muchacho aúlla cuando sale la luna nueva. La manada se le acerca y come el hongo de maíz de su mano. El muchacho siente los hocicos mojados en la palma abierta, acaricia las pelambres color polvo de cobre, al fin mira los ojos pardos de las bestias.
      Se saca una bocina de la bolsa y empieza a tocarla: los pitazos primero ahuyentan a la manada, la hacen dar vueltas nerviosas, hasta que el coyote más viejo se acerca al muchacho, identifica el sonido con él, y los demás lo siguen, todos se acercan a él.
-Un coyote lo mismo sirve para atacar a un oprimido que a un opresor. Devuélvanles el chirrión por el palito.
      Le dice a la gente escondida detrás de los cerros donde nadie pueda verlos nunca más, dénles de comer, quítenles el miedo, tóquenles cláxons y sinfonolas, que se les quite el susto, luego bájenlos al puerto, que no los asusten los coches, pónganlos a correr contra un camión, van a ver, acostúmbrenlos al ruido del puerto, al olor de los turistas, un día dejen suelto a uno en el lobby de un hotel, a ver qué pasa/"

(FUENTES, Carlos; Cristóbal nonato; FCE, Colección "Tierra Firme"; México; 1988)

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